lunes, 15 de septiembre de 2014

Tercer entrega de "Te robo una frase", "Enfrentando la realidad"


Llega la tercer entrega de este juego propuesto por Ramón en su blog Jukeblog "Te robo una frase".
"Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando".Julia Navarro-Dispara, yo ya estoy muerto. (En esta ocasión,  he propuesto yo la frase)

Enfrentando la realidad

Estaba triste y furiosa a la vez. Había acabado de descubrir lo que hacía mi marido cada viernes a la noche. Durante los últimos cinco años mi cama quedaba vacía y fría, Juan me privaba de su calor.
Ya no tenía dudas, lo había seguido y estaba en la puerta del lugar en el cual entró.
Investigué, me cercioré bien de lo que él hacía en ese lugar y de cuáles eran sus necesidades. Una vez averiguado todo, dejé pasar toda la semana y esperé al siguiente viernes…
Ahí estaba, otra vez regalando todo su sexapil a aquellas mujeres, pero buscaba a una en especial. Yo me encargué de pagarle las dos horas esa noche para que me “cediera” su puesto.
Toda esa semana me pregunté si sería capaz de atreverme a todo, si él notaría la diferencia con aquella experta y, después de tantos años de convivencia, si sería capaz de reconocerme.
Ya había tomado la decisión y estaba en un rincón observando como Juan, con desesperación, buscaba su hembra.
¿Por qué él no me dejaba ser más atrevida y sacar mi lado seductor y salvaje?
Subí pronto las escaleras, entré al cuarto en penumbras, en el que cada semana se encontraban, y mientras retocaba mi maquillaje, lo esperé.
Estaba sentada, de espaldas a la puerta, cuando oí que alguien entraba. Giré solo mi cabeza y de lejos lo reconocí. Su contorno se reflejó en el espejo que estaba frente a mí.
Era él, y estaba tan guapo… Me negó disfrutar de su lado oscuro siendo su mujer… ¿Por qué decidió por mí sin saber si me gustaría o no algo diferente?
Tampoco lo sabía pero, ahí estaba, con su torso desnudo; hasta me parecieron desconocidas sus abdominales. Jamás me mostró cómo le quedaba su pantalón de cuero ceñido, le marcaba sus muslos perfectos. Ummm creo que no resistiré cumplir mi plan.
Aparté de mi mente esos deseos y retomé mi venganza. No olvido cuánto me hizo sufrir con sus desplantes, su olvido, su sosa rutina en nuestra cama durante tantos años.
Con un gesto le indiqué que se sentara en la silla mientras yo caminaba para pulsar la tecla que haría encender una luz muy tenue azul y, con otro clic, dejar que la música sea cómplice de mi locura.
Frente a él, a un metro de distancia, mostrando una postura firme marqué fuerte con los zapatos de taco aguja de diez centímetros, a un lado y al otro los pasos, separando bien mis piernas, las cuales estaban cubiertas por unas medias negras de lycra hasta mitad de mis muslos con una terminación de encaje. Me dejé observar por él.
Él lentamente recorrió mi cuerpo con su vista hasta llegar a mi pelvis que mostraba una tanga minúscula roja, intentaba ser tapada por un mini-short pequeño y transparente, el cual, además, dejaba entrever mis nalgas bien formadas. Los porta-ligas daban terminación a la parte inferior…
Comencé a moverme bailando sexy. Mi cabello largo, lacio y negro, tapaba parte de mi rostro. Acaricié con mi dedo índice el costado de mis caderas para que sus ojos siguieran el recorrido. Al llegar a mi abdomen, bastante cuidado por los años de ejercicios que durante tanto tiempo realicé, uní mis manos jugando con los dedos para mostrar mis largas uñas pintadas en negro, me acaricié hasta llegar a mis pechos en donde me detuve tocando la tela de cuero negra de mi corsé, el que dejaba libre la mitad de mis senos debido al cordón que lo cerraba por delante.
****
Ya había notado tu excitación, tu mirada libidinosa, tu lengua que asomaba como la mía, te insinuaba con la mirada pensamientos oscuros; a cámara lenta me lamí los labios en todo el contorno.
Subía y bajaba mis manos a la misma vez que mis piernas, disfrutaba hacerte desear. La música cada vez daba más ímpetu al momento. Te calentaba, lo sabía…
Tantas veces te oí escuchar esta canción y me hacías excitar sin dejar que pasara nada…
Me fui acercando, con las esposas entre mis dientes, caminando como una buena gata, como me había dicho tu zorra que te gustaba. ¿Nunca pensaste que yo también podía caminar así? ¿Seducirte, llevarte al límite del placer?
Parece que no. Yo tampoco lo sabía, tengo que admitirlo, pero lo estaba descubriendo a la par tuya.
Realmente me encantaba lo que estaba explorando de mí misma, lo gozaba…
Te rodeé con mis brazos rozándote con mi cuerpo, zarandeando la cabeza muy lento para hacerte sonar el ruido del metal que tenía entre mis dientes, lo que te dejaría inmóvil por un buen rato. Acerqué la boca con las esposas a tu oído y dejé escapar un gemido, cada vez  más fuerte y continuo.
Estabas muy nervioso, sudabas. Mientras te “apresaba”, me pedías por favor que te dejase tocar mi cuerpo como siempre. ¿Cómo siempre? Claro, lo olvidaba, te referiste a “como siempre acariciabas a esa zorra cada viernes”.
No pronuncié palabra, seguía detrás tuyo mientras te cerré las esposas y con un giro inesperado y veloz, me senté frente a vos, sobre las rodillas, mientras fregaba sin pudor mi intimidad en tus muslos logrando que llegases a una excitación desbordada.
Adelante y hacia atrás… una y otra vez me balanceaba, me mecía, te enloquecía. Mi cabello, mi perfume, mi piel... te volvía loco.
Con un movimiento rápido me levanté, con mi lengua te lamí desde el inferior del abdomen hasta el mentón, seguí subiendo hasta dejarte la piel de mis pechos suaves y perfumados en medio de tu cara.
No soportabas más. Tu lengua se metía entre mi escote y querías atrapar con tu boca mi pezón derecho, el cual te quedaste con ganas de saborear. Me aparté hacia atrás y de prisa atrapé la punta de tu lengua con mis dientes y de un ligero mordisco te di a entender que hoy mandaba yo.
Girándome sobre vos me senté en cámara lenta, quería que sientas la dureza de mis glúteos en tu pecho, esos que eran tuyos y tocabas cuando te daba la gana.
A los pocos minutos me fui caminando lento, contorneando al ritmo de la canción mis caderas con el movimiento más sensual que pudiste haber visto jamás.
Otra vez, un clic encendió una pequeña luz roja que alumbró un taburete redondo y no muy alto con un caño en medio. Sí, corazón, el famoso caño donde mirabas a esa zorra que te bailaba cada semana. Voy a superar este examen o quedaré en ridículo para siempre. Pero hoy los dioses parecen estar conmigo.
Te dejé mudo, loco, descontrolado me suplicabas que te dejase acercar. Me hiciste saber que fue mi mejor espectáculo. Claro, pensando que era ella…
Con mi índice dictaminé mi orden: No, no me vas a tocar un pelo, porque hoy no me da la gana a mí.
Después de bailarte y demostrarte que era capaz de hacer todo lo que me hubieses pedido, llegó el momento de gozar, ese momento que tantas veces me negaste.
Bajé del taburete, te hice un striptease infernal. Sí, tu cara me lo hizo notar. Tus súplicas de que te quite las esposas para permitirte masturbar casi me hacen flojear. Tus manos deseaban ser las mías, acariciarme como lo estaba haciendo yo.
>>No<<, dije con un gesto, no iba a dejar que me arruines el momento dejando mi voz al descubierto, todavía no debías saber quién era yo.
Caminé hacia vos rápido, con el látigo en la mano y lo hice sonar contra el suelo. Creo que entendiste. Tu mirada sumisa me lo dijo.
Me senté frente a vos, abrí mis piernas mostrándome rabiosa, furiosa, solo me quedaba la tanga y la máscara. Ya llegábamos al final de mi plan… Algo tendría que sacar.
La habitación era oscura, las luces tenues no permitían ver nuestros rostros pero, aun así, cambié de planes. Quería ver tu cara en este momento.
Con un movimiento sensual agarré el consolador y otra vez me senté frente a vos. Pero esta vez gozando una y otra vez sin que pudieras tocarme ni disfrutarme a tu antojo. Ni mucho menos cortarme “mi momento”.
—Por favor, te deseo, voy a explotar, sos la única mujer que me vuelve loco.
Me levanté después de mostrarte que podía tener innumerables orgasmos. Encendí las luces, mirándote a los ojos me quité la máscara:
A partir de hoy ya no soy tu mujer, seré tu zorra, como a vos te gusta. Podrás verme solo los viernes, aquí y bajo mis normas. Jamás volverás a tocarme.

Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando. Pero yo no moriré por su amor.









                             Espero les haya gustado!
 Hasta la próxima!!