Es mi primer relato épico de fantasía. Espero les guste.
La reciente primavera regala
un paisaje floral. Entre las laderas de las cordilleras, diferentes variedades
de flores rojas, violetas, amarillas y naranjas, están a punto de abrir y pintan
de multicolor el trasfondo verdoso de las mismas.
Un río, formado por los
deshielos de la nieve, que el cálido clima primaveral acababa de derretir, caía desde la cumbre de las
montañas y unos árboles que lo rodeaban al costado del pie de la misma, sirven
de espejo para el rostro de Kaiilak, una joven elfa, la cual había emprendido
un largo viaje.
Se detuvo junto a su
compañero de andanza, Dughort, un sable de fuego —precioso tigre blanco,
perteneciente a la “Luna Negra”—.
Kaiilak observó por un rato
el reflejo de su mirada, la veía perdida
y desganada. Acompañada del sonido del movimiento del agua, que golpeaban al
saltar las piedras y respirando el aroma del aire puro, se echó un poco de agua
mojando su larga melena dejando caer sus sedosos bucles por su espalda.
Juntó sus manos, cerró sus ojos y bebió
esa fresca y dulce agua de río para calmar su sed, compartiéndole un poco a su
inseparable amigo.
Kaiilak, era un druida,
perteneciente a la comunidad de Elfos de la Noche, llamada “Luna Negra” ubicada
en Soulorth —un mundo lejano de Lácenor—. Tenía encomendada una misión, si algo
haría bien esta Elfa, era proteger y cuidar a quien se le encomiende.
Los druidas controlan los
enormes poderes de la naturaleza para mantener el equilibrio y proteger la vida
—similares a los de Korelda, Diosa de la
naturaleza y neutralidad en Lácenor—. Con experiencia, ellos pueden desatar la
energía bruta de la naturaleza contra sus enemigos, lanzando una furia
celestial sobre ellos desde muy lejos, atrapándolos con vides encantadas o
frenándolos con ciclones implacables.
Esta raza también puede
dirigir este poder para sanar heridas y restaurar la vida de los aliados
caídos. Están en profunda sintonía con los espíritus animales de Soulorth.
Como maestros en cambios de
formas, los druidas pueden adoptar el aspecto de varias bestias, convirtiéndose
en oso, felino, gato, cuervo o león marino fácilmente y cada uno con
talentos diferentes.
Trundill —tierras pertenecientes a Soulorth— fue la cuna druida desde hace miles de años. El Árbol de la vida, creado y bendecido por los Dragones de Fuego, era vital para estos seres mágicos. Este gigante árbol, poseía muchísimos troncos en sus costados y en cada uno de ellos estaba construida una pequeña casita de madera donde los maestros sacerdotes, hechiceros, guerreros y magos habitaban cada una e instruían con sus poderes a estos elfos para ser cada vez superiores y conseguir los poderes absolutos para luchar, proteger y sanar a quienes lo necesiten.
El Árbol de la vida,
otorgaba inmortalidad y juventud eterna a esos pacíficos elfos.
Su manto de hojas brillaba
como luciérnagas de día y de noche, decorando el paraíso lleno de estrellas, en ellas se podía
ver la magia y la belleza vistiendo su entrelazado tronco.
Kaiilak, llena de vida, de
hechizos y con un alma pura, estaba preparada para cumplir su misión. Debía encontrar a Dharmia, quien estudiaba en
la Escuela de Magia del Maestro Saloor.
Sabía por la información que
le habían dado que regresaría a sus tierras en estas fechas. Kaiilak se
encontraba allí —en Orium— donde la paz había dejado de reinar desde hace unos
meses. La elfa sabía muy bien que debía estar atenta a los grupos de caballería
de la Orden Blanca, comandada por el Paladín Blanco, Lord Cirn DeNekut,
—servidor de Isilwentari, Diosa luminosa —quien viajó desde Madoria— ciudad
fronteriza de Orium —en auxilio de la propia gente del lugar.
Esta hermosa elfa, de piel clara y suave como porcelana; tenía el rostro ovalado, ojos grandes, grises e intensos, mostrando su tierna y profunda mirada que en un segundo, podía transformar en odiosa y diabólica ante sus enemigos; separados por una pequeña nariz delicada y respingona.
Esta hermosa elfa, de piel clara y suave como porcelana; tenía el rostro ovalado, ojos grandes, grises e intensos, mostrando su tierna y profunda mirada que en un segundo, podía transformar en odiosa y diabólica ante sus enemigos; separados por una pequeña nariz delicada y respingona.
Su boca delineada dejaba a la
tentación sus brillantes y carnosos labios. En sus mejillas un sombreado rosado
dejaba la perfección en su atractivo semblante, con unas graciosas orejas
oblicuas, grandes, afinándose hacia la punta.
Kaiilak, vestía de manera
especial, todas sus prendas estaban encantadas y daban más poder a la hora de
la batalla. Vestía unos pantalones largos beige de cuero —leotardos de
energía—, marcando sus largas y musculosas piernas. Una coraza marrón —guardián
de vida— que lucía en su exuberante pecho por encima de una blusa blanca.
Ciñendo su cintura, usaba un cinturón negro con una hebilla hechizada con luz
eterna —para alejar los malos espíritus—.
Por último su tabardo de
fondo rojo, con el dibujo del escudo de la Hermandad “Gran Fuego” —la cual
pertenecía— exponía la cara de un tigre salvaje, mostrando sus afilados
colmillos y con cuernos gigantes, en color blanco.
Las elfas, si tenían algo que no se podía negar, era la sensualidad que desprendían al andar, además acompañadas por un físico muy llamativo, por exuberantes pechos y caderas, con cintura de avispa. Bellas de naturaleza, amistosas y bien dispuestas al servicio de la humanidad.
Las elfas, si tenían algo que no se podía negar, era la sensualidad que desprendían al andar, además acompañadas por un físico muy llamativo, por exuberantes pechos y caderas, con cintura de avispa. Bellas de naturaleza, amistosas y bien dispuestas al servicio de la humanidad.
Dughort, su sable de fuego,
tenía una buena armadura mágica y fuerte, con grandes poderes. Él también
poseía dones, como el quedar invisible y caminar agazapado entre el enemigo sin
que lo detecten. Kaiilak podía hacerlo desaparecer con un simple hechizo
mágico, usando su insignia. Su ataque era demoledor, brutal, sus enormes colmillos
eran capaces de perforar los huesos con apenas morderlos. Su tamaño duplicaba a
cualquier tigre normal. Despellejaba y desgarraba sin piedad en pleno estado de
furia.
Su pelaje tan blanco se
confundía con la nieve si no fuera por sus líneas negras que decoraban su suave pelaje, suave como el mismo algodón. Con pasos firmes,
demostraba su llegada valiente por donde camine. Movimiento calmo pero audaz en
su marcha, luciendo su perfección y la de su bella guardiana. Su mirada era
atrayente, verdosa con líneas negras, ofuscaba a quien lo mirara.
Kaiilak y él eran el
conjunto perfecto. Él poseía la fuerza y coraje; ella, la intuición y la
sabiduría.
Kaiilak decide por fin
retomar su camino. Disfrutando a la vez de tan agradable y vistoso paisaje, no
dejaba de estar atenta mientras iba dejando a lo lejos, unos cachorros de osos,
unos ciervos y algún que otro aguilucho revoloteando por los altísimos árboles,
dando comienzo al bosque. Sus madres hambrientas, estaban al acecho.
El sonido era especial, una mezcla del último cantar de los pájaros, se confundían con aullidos perdidos, del eco que se formaban en las montañas del otro lado del bosque. Unos enormes y tupidos pinos, estaban tapados por la densa neblina que se estaba formando al atardecer, adentrada ya en medio de la maleza, debería cruzar el bosque para salir al otro lado de la montaña.
Un grupo de brujas
pertenecientes a la llamada “Alma Negra” estaban escondidas en sus casas de
maderas en lo más alto de los pinos. Usaban sus altos troncos y a través de
caminos de madera unían, entre uno y otros, las pequeñas casitas que montaban
en lo más alto, para pasar desapercibidas. Mientras cabalgaba en su sable de
fuego, escuchando cada vez más fuerte el cotorrear de los loros que
revoloteaban cerca, Dughort quedó dentro
de un círculo violeta que brillaba en el suelo, impidiéndole el paso. La elfa dio
un salto para bajar de él y protegerlo, dejándolo invisible a través de su
hechizo, evitando hacia él, el ataque directo de las brujas. Ella se cubrió con
un manto de hojas verdes desprendiendo ondas brillosas de colores, flotando a
su alrededor, dándole vida y más poder. Sin dudar la bruja la atacó y logró
dejar a Kaiilak inmóvil, atrapada por unas raíces gruesas que nacían del
interior de la tierra velozmente, enredándose entre sí, en las fuertes piernas
de la elfa. Kaiilak, logró destruir ese hechizo con un encantamiento y, con su insignia apuntándola, disparó hacia la
malvada hechicera logrando formar una corona de rayos azules y rojos que giraba
alrededor de su cabeza, dejándola a su enemiga adormecida por un buen rato. Kaiilak con un hechizo se vistió con una túnica blanca de seda muy larga ceñida en su cintura.
En ese instante aprovechó a montar rápidamente en su compañero para escapar del lugar.
En ese instante aprovechó a montar rápidamente en su compañero para escapar del lugar.
El paisaje del bosque iba
quedando a espaldas de ellos junto a los estridentes chillidos de las aves.
Dughort corría a gran velocidad dejando su pelaje libre al movimiento del
viento, sus patas se hundían en la nieve que dejaba la reciente ida del
invierno en las zonas más protegidas de la luz del sol, en donde la gran maleza
conservaba la humedad. De igual manera bailaban los cabellos ondeados de
Kaiilak con el viento que provocaba el rápido trote de su mascota, colaborando
así con la naturaleza, al regalar el
perfume de jazmín de su dueña. Recorriendo caminos diversos, esquivando pequeñas
colinas y pinos de varios colores y tamaños, al fin salieron del peligroso
bosque.
Su vista observaba un
hermoso claro de luna. Ya anochecía, y unas gotas frías comenzaron a deslizarse
por la nariz de Kaiilak. En menos de un minuto el cielo se cubrió de grandes
nubarrones negros y de diferentes gamas grisáceas. La luna desapareció por
completo entre la negrura del cielo. Una suave brisa comenzaba a erizar su
piel, y el silencio de la noche la obligó a detenerse y descansar en la taberna
que se observaba al finalizar el camino.
******
Al amanecer, unas pequeñas
gotas de una suave llovizna dejan ver el sol y la primavera que se estaba
terminando de instalar. Siguen camino logrando cruzar la montaña.
Sintió un disparo, eso llamó
su atención. Un cazador andaba por esos lados, debía tener cuidado por su
amigo.
EL rugido de Dughort espanta al gato grisáceo que acaba de pasar
asustado huyendo del disparo y de él, a toda velocidad. Kaiilak, sin dar mucha
importancia al juego de gatos que hacía su amigo, logró ver a Dharmia que
caminaba hacia casa de su tío. Con sigilo la siguió durante unas horas, a
través de su encantamiento de invisibilidad y silencio, tanto para ella como
para su tigre, asegurándose que llegue sin problemas hasta la casa de Braston —su tío— el cual se emocionó
muchísimo al verla.
Permitió que viva su reencuentro familiar junto a Óliver, su primo. Sin dejar de observar, desde arriba del techo, esperó a que saliera. Al rato miró que marchaban de la casa junto a su tío, camino a la ciudad.
Su misión se había cumplido con éxito. Kaiilak y
Dughort regresaban a su mundo
atravesando el portal mágico,
un poder infaltable.
Si querés conocer a Kaiilak, saber algo más de su vida y conocer su nueva misión, no te pierdas la próxima entrada.
Si querés conocer a Kaiilak, saber algo más de su vida y conocer su nueva misión, no te pierdas la próxima entrada.