miércoles, 21 de enero de 2015

Séptima entrega de "Te robo una frase": Hechizo de almas


La frase elegida de este mes es:


Nadie respondió. El viento suspiraba entre los árboles, haciéndoles emitir susurros misteriosos. A la sombra oscilante de los olmos que se alzaban del otro lado del muro podía ver la lápida de Hubert Marsten.

Hechizo de almas 

Rodeada de árboles añejos, una aldea abandonada, construida de madera, estaba en un rincón del bosque. Escondida. Una anciana era la dueña.  Se la conocía como “La druida sacerdotisa”.
En Irlanda, al perseguirla por bruja, no le quedó más remedio que escapar de sus tierras, huyendo para siempre. Acompañada por su búho, su arpa, y algunos de sus amuletos; buscó la libertad atravesando vientos y mareas.
Cliothet, la druida, pertenecía al grupo llamado Banfilidh de la isla de Saina. Tienen el poder de convocar tempestades y de transformarse en aves, por esa razón se trasladan con facilidad de un lugar a otro, por más lejano que éste sea. Este grupo de mujeres dominan la magia de las piedras y las hierbas curativas, tanto para hechizos de amor como para curar enfermedades atroces.
Así fue cómo hace más de sesenta años logró llegar a donde hoy, después de tanto tiempo, sería su hogar.
Por fuera se observaba un lugar abandonado y paredes agrietadas. Pero tras pasar el portal, era un lugar acogedor, cálido y curioso. Lleno de antigüedades provenientes de la cultura celta.
En su juventud fue una bella mujer, de largos cabellos finos y suaves como la seda del color del sol y brilloso como su resplandor. Alta, muy alta y delgada.
Sus ojos eran dos perlas azules. Unas orejas largas y puntiagudas adornaban su rostro ovalado. Unos labios finos color fresa, como sus mejillas, eran el rostro que contemplaba el horizonte.
Cada nuevo día, Cliothet, escoltaba el nacimiento del alba con la melodía de su arpa. El cantar de los pájaros cortejaba su voz armoniosa, dulce y angelical. A pesar del paso de los años, sus cuerdas vocales no parecían haber variado.
Su largo y blanco cabello, reflejo del paso de los años, se mecía junto a la suave brisa del viento, que llevaba sus mechones como si éste tuviera manos y lo soltaba al aire para que adornara el paisaje y cayeran lentos, junto a las hojas de los árboles que volaban también.
Cada amanecer esa guarida oculta daba vida al temeroso y solitario bosque. Pero esta vez fue diferente, al salir a tocar su instrumento y dar esa sinfonía diaria, algo vislumbró. Nada más hacer unos cortos pasos, su búho le trajo la noticia. Así fue como encontró a una joven que parecía no respirar.
Después de entrarla como pudo arrastras a su casa, le dio un brebaje con la esperanza de volver a sentir sus latidos. Cliothet, de inmediato, decidió transformarse en ave para recorrer el enmarañado bosque e investigar algo sobre lo que podía haber pasado.
Nadie respondió. El viento suspiraba entre los árboles, haciéndoles emitir susurros misteriosos. A la sombra oscilante de los olmos que se alzaban del otro lado del muro podía ver la lápida de Hubert Marsten.Vacía.
Así fue como encontró al hombre sin vida, al pie de un árbol, observando que sus raíces parecían abrazarlo. Ella, que se entendía bien con la naturaleza, fue a por un mágico polvo con el que haría el “ritual de pasaje”. Consistía en convertir su inerte cuerpo en semilla para que pueda renacer. Mientras dejaba pasar los minutos que se necesitaban para que funcione la magia, fue a asegurarse que la muchacha estuviera viva.
Al llegar, apenas un susurro salió de sus labios: —No me dejes, te seguiré donde vayas, amor mío.
Con la mirada fija frente a Cliothet, levantó su mano, con su último suspiro como queriendo alcanzar algo. La anciana, acarició los suaves párpados cerrando los ojos de la muchacha, mientras entendía que una triste historia de amor acababa de morir.
—Esta vez, no se repetirá la historia. Conseguiré que sus almas sigan unidas de alguna manera.
Con tristeza, la druida recordó lo que sufrió cuando tuvo que abandonar al amor de su vida sesenta años atrás. Le dio el brebaje mágico y cuando la tuvo convertida en semilla entre sus manos la llevó al lado de Hubert Marsten, enterrándola junto a él.



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Cuenta la leyenda que en cada primavera, dos árboles, se mantienen enredados con sus troncos durante toda esa estación. El resto del año, se podía observar una de sus ramas unida a la del otro, formando una entrada floral hacia el bosque.




21 de enero