Kuarahy y Jasy
La historia del Sol y la Luna
A orillas del Río Paraná, en una tupida selva con frondosos arbustos silvestres y altísimos árboles, penetraba la luz del sol que reflejaba en los ojos de Kuarahy, un nativo de esas tierras misioneras argentinas.
Él poseía muchas cualidades dando honor a su nombre (Kuarahy=Hijo del Sol) Una de esas cualidades era proteger el universo...
Cuidar todo lo que Dios había creado, castigando con su látigo de cuero, a todos aquellos que tuvieran la intención de destruir o dañar el lugar.
Su agilidad era asombrosa, tanto para trepar los gigantescos árboles, como para descender de ellos como un audaz felino.
Era de noble corazón y su alma tan pura como la cálida brisa de otoño.
Kuarahy no quitaba la vista de ese astro radiante, dejaba que su energía se apodere de él. Era muy especial para él observar esa esfera amarilla luminosa, le traía muchos recuerdos...
Concentrado en ese momento, el aborigen notó que algo cambiaba en esa estrella, que el firmamento se enrojecía notablemente, presintió que algo pasaría esa noche.
Un color rojizo intenso en unos segundos se adueñó de la inmensidad del cielo. Anocheció con velocidad en aquel lugar. Se podía presentir los aullidos en esa solitaria selva. Salvajes animales se oían andar entre la vegetación. El indígena estaba hipnotizado por esa fogosidad que parecía un paraíso en llamas.
El agua parecía hervir, un fuego salía de adentro del río lentamente formando un camino.
De
repente, un suave canto angelical, envuelve el silencio de la noche cautivando
al nativo dejándolo hechizado, con el eco que repercutía sensualmente en su
cerebro.
Kuarahy no dudó salir
en búsqueda de esa melodía que embrujaron sus sentidos. Sin
dejar de estar atento a las hambrientas bestias del lugar, se adentró por el
camino de la jungla con sigilo notando que el horizonte quedó invisible ante su asombrosa
mirada.
Al valiente aborigen,
no le faltaba coraje para enfrentarse al feroz tigre que lo enfrentaba; algo divisó entre los pastos altos; quitó su
cuchillo, se agazapó entre los pastizales con su larga melena camuflándose en
el paisaje, como un león asechando su
presa esperando el momento oportuno para su gran ataque. Notó al cabo de unos minutos que su mente divagaba.
Una figura angelical, como recién caída del cielo, sumergió entre las profundidades del agua.
El contorno de una hermosa mujer desnuda, de mirada intensa como el café y brillante como la misma luna, logró vislumbrar en la lejanía. Atrapante y sensual, como lo era esa noche mágica, aparece una hermosa mujer ante los ojos de Kuarahy, dejándolo encandilado.
De a poco ella venía acercándose a la orilla, su figura se dejaba percibir entre las altas malezas y hojas de helechos, a través de una aureola de luz dorada que contorneaba su silueta.
Kuarahy nunca jamás vio alguien tan hermoso.
Sus miradas se dejaron seducir una a la otra. En
el horizonte quedaron las rojizas y calientes aguas bajo ese eclipse solar, y
él reconoció una inolvidable sensación
dentro de su cuerpo. Un sentimiento profundo apoderándose de su confusión. Ella desmayó ante su transparente y soñada mirada.
Parecía que el encanto había comenzado, el eclipse estaba en su esplendor, su cuerpo claro se transformaba en una irresistible piel trigueña con el cabello tan suave como la seda y largo como ese río que la vio nacer.
Luego de unos minutos de quedar inmóvil ante él, le susurró: —Aguije, Che réra Jasy.
—Tú eres el hijo del sol y yo hija de la luna... Y esta noche de eclipse solar he venido a buscarte. Esperé una eternidad para tenerte de nuevo conmigo. No es casualidad que tú estés aquí, ahora, a mi lado.
Jasy se puso de pie, miró a Kuarahy y continuó: —Confía en mí, cierra los ojos y verás que soy a quien has buscado toda tu vida. Déjate llevar por tu intuición
.
Él no
dudó un segundo, cerró sus ojos y los dos se dejaron llevar por sus emociones y
sentimientos. La noche era perfecta para unirse con pasión, la efusión del
cielo bajaba como nubes espesas abrazando esos cuerpos, con calor. Sus pieles se
convirtieron en una, sus corazones como
campanas agitadas repercutían en sus pechos. Entre susurros y suaves gemidos,
supieron que esa fuerte pasión la habían sentido en una vida anterior. Sabían que se trataba del amor eterno, del verdadero. Se estuvieron esperando hasta que llegara el
día de un nuevo eclipse. No quedaban dudas, eran ellos dos.
—Mi amor vine a buscarte como te prometí y jamás nos volverán a separar —susurraba en su oído, Jasy, mientras sus labios se unieron en un efusivo beso.
—Mi amor vine a buscarte como te prometí y jamás nos volverán a separar —susurraba en su oído, Jasy, mientras sus labios se unieron en un efusivo beso.
Él
sabía que su destino era junto a ella, era dueña de sus sueños cada noche y al
fin descubrió su rostro. No dejaría repetir la historia como en aquel eclipse
lunar, en esa otra vida donde el destino impidió su unión.
Así fue, como la luna y el sol, se unieron gracias a ese eclipse para siempre, a través de sus cuerpos. Habían sido separados una vez, el alma de Jasy se había esfumado en el inmenso cielo junto al eclipse lunar; provocado por el chamán Oberá, quien combinó dogmas católicos con ritos religiosos indígenas, ya que creía en la reencarnación y transmigración del alma.
Kuarahy había quedado sólo en la tierra, esperando que su
amada volviera por él. Ahora, sus almas
nos alumbran desde el infinito, para siempre.
Este cuento participó en No me vengas con historias gracias a la iniciativa de Acuática "Un cuento antes del fin del mundo"